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“COMPRENSIÓN, ARMONÍA Y PAZ”
Rosinete describe cómo la fe fue fundamental para restaurar su matrimonio
Pocas cosas son peores en la vida de una mujer que la infidelidad marital de su esposo. Este fue el drama al que se enfrentó el ama de casa Rosinete Cardoso dos Santos Pereira durante 14 años. Su esposo, el militar jubilado Luís Agnaldo Pinto Pereira, además de mantener una relación extraconyugal, también bebía mucho. “Mi hogar carecía de paz y armonía. Era muy infeliz”, resume Rosinete.
Ante esta situación y sin tener una fe que la sustentara –en esa ocasión no era evangélica– Rosinete no supo qué hacer. “Llegué a pensar que la separación sería la mejor salida”. Ella estaba equivocada; después de todo, el Señor se ocupa de aquellos a quienes ha elegido. “Un día, pasé frente a la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios y sentí ganas de entrar”, dice. Era viernes, día dedicado a la oración por la liberación, justo lo que Rosinete buscaba para su esposo. Recibida por el pastor y las hermanas de la Iglesia, se sintió tan bien que siguió asistiendo a las reuniones.
Comenzó una larga batalla de oración que duró cinco años. El ama de casa abrazó intensamente las promesas de la Palabra de Dios. “Comencé a participar en los servicios y propósitos de oración. También me inscribí como patrocinadora”. Sin embargo, mientras tanto, las cosas empezaron a retroceder: “Viví momentos extremadamente difíciles con mi esposo. Parecía que la situación solo empeoraba. Pero tenía fe en que todo pasaría, solo necesitaba perseverar en el camino con Cristo”.
Rosinete destaca que el apoyo de la comunidad de la Iglesia de la Gracia fue fundamental para que ella creyera en la liberación de Luís Agnaldo: “Decía que nunca iría conmigo a la Iglesia. Aun así, permanecí en oración”. Pero, la Santa Biblia dice que el esposo incrédulo es santificado al vivir con la mujer creyente, según 1 Corintios 7:14. Y así sucedió. “El comportamiento de mi esposo fue moldeado por Dios. Primero, dejó de beber; luego dejó a su amante”.
Rosinete perdonó los errores de su esposo, entendiendo que no conocía la verdad del Evangelio. “La restauración de nuestro matrimonio y nuestros sentimientos es, sin duda, una bendición”, dice. “Las peleas han terminado desde que se convirtió. Tenemos comprensión, armonía y paz, que antes faltaban”. Hoy, la pareja asiste al templo central de la Iglesia de la Gracia. Juntos, por supuesto –ahora, para siempre.