Nueva vida sin cigarrillos
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LLEVABA UNA VIDA DE VERGÜENZA
Soledade de Fátima Gonçalves tuvo una trayectoria infernal hasta los 50 años
Piense en una persona que ya vivió diversas circunstancias desfavorables. Soledade de Fátima Gonçalves, de 55 años, es una de ellas. Su infancia fue turbulenta. “Mi padre bebía incontrolablemente y mi familia no era estructurada”, afirma la empleada doméstica.
A los 14 años, Soledade se fue a vivir a la capital, para trabajar en una casa de familia. “En esa época, había heredado, de mi padre, la bebida, ya fumaba y sufría mucho”, agrega.
Era una mamá muy joven: se quedó embarazada a los 19 y crio sola a su hijo. En busca de nuevas oportunidades, decidió mudarse a Rio de Janeiro. “Cuando llegué a la ciudad, tenía enfisema pulmonar. Me sentí mal, me hospitalizaron, pero logré recuperarme”, dice.
Locura y medicación controlada
Cuatro años después, tuvo un ataque de locura en casa. “Quería tirarme desde el tercer piso del edificio. Terminé internada en un hospital psiquiátrico. Estaba atada a la cama, por crisis psicóticas, y comencé a tomar medicación controlada”, describe, atribuyendo el hecho a un espíritu maligno: “Me hizo romper todo, quitarme la ropa en la calle y atacar a la gente”, cuenta.
Con el paso del tiempo, Soledade se quedó sin paz y enfrentó otro problema. “Me involucré con un hombre casado, tuve mi segundo hijo y experimenté más tormento”, dice.
Intentó suicidarse otras veces. “En una de ellas, mezclé medicamentos fuertes con bebidas alcohólicas. En otra, prendí fuego a las cortinas de la casa”, dice.
Soledade vivió en ese infierno hasta que cumplió 50 años. “Cuando volvía a casa de la calle, incluso borracha, sintonizaba en la RIT (TV en cable de la Iglesia de la Gracia) y oraba con el pastor Jayme de Amorim. Le dije a Dios que ya no podía soportar tanto sufrimiento”.
Un domingo soleado en Rio, llevó a su hijo a caminar y, en el trayecto, entró en un templo de la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios. “Inmediatamente sentí la presencia del Espíritu Santo y lloré copiosamente”.
Al regresar de la IIGD, lamentando sus acciones, Soledade decidió: “Le dije a la persona que vivía conmigo que había hecho un voto con el Señor. Así que ya no estaría con él, porque estaba casado. También prometí no sentarme nunca en ninguna mesa que no fuera para hablar del Evangelio”. Soledade buscó su liberación y el bautismo en las aguas y con el Espíritu Santo. Cualquiera que la ve hoy no puede imaginar las luchas que enfrentó. “Ahora vivo para Jesús. Desarrollo un trabajo social: entrego comida a los hambrientos y ayudo a los drogadictos. Dios me habilitó para Su gloria y estoy muy feliz con mi familia”, agradece la colaboradora de la IIGD.