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LA VUELTA DE LA VICTORIA
Con dos graves infecciones pulmonares, Daniela recibió la sanidad divina
Carlos Fernandes
Como sucedió en millones de hogares brasileños en los últimos dos años, la familia de Daniela da Costa Estrella, de 43 años, se vio afectada por la pandemia del covid-19. En su caso, ella misma, su esposo Celso y su hijo Nicollas, que solo tiene siete años, fueron afectados por la enfermedad. Sin embargo, quien más sufrió las complicaciones de la infección fue el ama de casa. “En marzo de este año, mi esposo se enfermó e hizo el análisis, confirmando la infección. Tres días después, el examen de mi hijo y el mío también salió positivo”, dice. Mientras Celso tenía hasta un 40% de sus pulmones afectados, Daniela no tenía síntomas más graves. Pero, todo cambió cuando se sintió mal al asistir a su esposo. “Fui socorrida y descubrí que se había perdido la mitad de mi capacidad respiratoria”.
Ese fue el comienzo de un proceso desgarrador. Daniela permaneció internada durante seis días con el último grado de ventilación artificial, mientras esperaba un lugar en una unidad de cuidados intensivos (UCI). En ese momento, el estado donde vive, enfrentaba uno de los picos de la pandemia, y los hospitales estaban sobrecargados. Durante este período, pastores y hermanos de fe de la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios (IIGD), a la que asiste Daniela, estuvieron en intensa oración por ella. Pasó 12 días en el hospital. “En una sola noche su oxigenación mejoró y el profesional de la salud admitió que fue un milagro”, comenta.
Daniela regresó a casa, pero el calvario continuó. “Una semana después volví a sentir náuseas”, explica. “Fui al médico y constato neumonía”. Esta vez, la enfermedad afectó al 70% de sus pulmones y elevó las tasas de sangre. Daniela permaneció hospitalizada una semana más. También había líquido en las cavidades del corazón. “Me sentía cansada y tenía dificultades para ponerme de pie”. Incluso para las actividades básicas, como bañarse y comer, necesitaba ayuda. Los medicamentos comunes no resolvieron el problema y una serie de análisis revelaron hipertensión arterial severa y progresiva. La solución fue utilizar un fármaco con un costo muy elevado. “A partir de ahí, volvimos a clamar”, recuerda el ama de casa. Creyendo en la victoria, ella veía los programas del Dr. Soares. “Estaba segura de que solo Dios me daría la sanidad”, afirma.
La respuesta divina llegó enseguida: a pesar de la búsqueda del equipo médico por evidencia de la evolución del trastorno, no se encontró nada. “El propio especialista quiso comparar las pruebas realizadas. Dijo que sufría de una enfermedad incurable y que ahora ya no hay nada. Así que respondí que fue Dios, el autor del milagro”. Después de mucho tiempo, Daniela volvió a salir de casa. Su compromiso favorito es ir a las reuniones de fe y celebraciones de la IIGD. “Jesús me sanó”, testifica.