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LIBERADOS EN CRISTO
En la IIGD, los drogadictos encuentran apoyo y sus vidas son transformadas
Viviane Castanheira
Según el Informe Mundial sobre las Drogas 2021, publicado en julio por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), casi 275 millones de personas consumieron estupefacientes en todo el mundo en 2020, mientras que más de 36 millones sufrieron trastornos asociados con el abuso de estas sustancias. Según el Ministerio de Salud, en Brasil, no es diferente. Con base en la atención brindada en los hospitales acreditados ante el Sistema Único de Salud (SUS), hubo un aumento del 54% en el mismo año en la atención a los adictos a las drogas, con respecto a 2019.
Las cifras del SUS y la UNODC son alarmantes, pero la burocracia y el pragmatismo de las estadísticas no consiguen expresar, desde un punto de vista subjetivo, la turbulenta y enredada vida cotidiana de un drogadicto. El argentino Reynaldo Hernán Morinigo vivió esta realidad durante 17 años. Al principio, fumaba marihuana con amigos, pero pronto comenzó una búsqueda frenética de algo más fuerte, como cocaína, LSD y drogas sintéticas. Al joven le resultó fácil empezar a consumir estas sustancias, pero muy difícil deshacerse de ellas por sí mismo.
El proceso de rehabilitación del joven fue extenso y doloroso. “Cuando cumplí 25 años, mi mamá me llevó a la iglesia varias veces. Sin embargo, no conseguía asistir las reuniones. Ella oraba día y noche por mi vida”, dice Hernán, quien se convirtió a Cristo a los 29 años. “Dejé de consumir drogas en medio de una larga caminata y mucha lucha”, dice. El argentino fue transformado por el amor de Jesús: “Soy bendecido porque me casé y tengo trabajo. Todo cambió, gracias a Dios y la ayuda del pastor Anselmo y su esposa”, enfatiza Reynaldo. Trabaja en la limpieza de un hospital y se congrega en la sede de la IIGD en Buenos Aires, capital de Argentina.
Según la Pra. Raquel Francelina Gonçalves Santiago, líder del Ministerio de Acción Social en la sede de la IIGD en São Paulo, la liberación es compleja y requiere resiliencia. Integrando este departamento desde 2014, la pastora se ocupa a diario de los compulsivos. “Alentamos a quienes se encuentran en esta situación a levantarse y reintegrarse a la sociedad. Depende de la persona tomar una posición y comprender que necesita ayuda. La recuperación no termina con la hospitalización; es una lucha constante contra la carne misma”, explica. Raquel mantiene alianzas con varias instituciones cristianas que trabajan en la recuperación de drogadictos.
Además, la sede de la Iglesia de la Gracia en la capital de São Paulo desarrolla una amplia gama de evangelización en las calles de la ciudad, incluso en los fumaderos. “Con Dios nada es imposible. Puede cambiar cualquier circunstancia. Pero aceptar a Jesús y reconocer que necesita ayuda son elecciones individuales”, enfatiza Raquel, enfocada en la predicación de las Buenas Nuevas. “Las instituciones con las que trabajamos brindan tratamiento psicológico y espiritual. La Palabra libera, como leemos en Juan 8:32. Conociendo la Verdad, el compulsivo encuentra la fuerza para dejar el estado en el que se encuentra”, concluye Raquel.
A través del contacto con la Verdad, el albañil Fábio Luiz da Silva, de 46 años, se convirtió en una nueva criatura. Adicto a las drogas desde los 16 años, Fábio tuvo momentos terribles cuando probó el crack. “Tuve una vida difícil, pero en la peor situación en la que estaba fue cuando descubrí el crack: perdí mi dignidad y, con ella, mi familia”, afirma. Él está casado hace19 años y tiene tres hijos, pero estuvo separado de su esposa durante mucho tiempo debido a sus malas elecciones. Cuando se encontró sin fuerzas, Fábio desafió al Señor. “Mi esposa siempre trató de llevarme a la iglesia. Incluso fui a algunas reuniones, pero nunca lo tomaba en serio. ¡Sin embargo sabía de la existencia del Dios Todopoderoso! Entonces, cuando estaba encerrado en una habitación, desanimado, dije que si Él realmente es Dios, que devolvería a mi familia y, a cambio, le serviría con todo mi corazón”, recuerda el albañil. “Por la noche, fui al templo y tuve un encuentro real con el Creador. Mi esposa me llamó esa misma noche para reconciliarnos. Hoy, hace diez años que me liberé de todo y, desde hace nueve, hago la obra de Dios”, dice Fábio. Él es colaborador de la IIGD donde se congrega con su familia.