Nueva vida sin cigarrillos
En cumplimiento del pedido
Y TODO SE HIZO NUEVO
Matrimonio restaurado, esposo liberado, finanzas prósperas y familia activa en la obra de Dios: Deycivane puede llamarse a sí misma una mujer bendecida
Carlos Fernandes
Hubo un tiempo en que Deycivane Costa Miliano, llegó a creer que su vida matrimonial había terminado. De hecho, había comenzado mal: se casó muy joven y pronto surgieron problemas. “Viví un matrimonio confuso. Mi esposo, Reinaldo, fue al cuartel y allí conoció el mundo”, cuenta. Comenzó a beber y a involucrarse con otras mujeres, dejando a su esposa a un lado. “Tenía una hija de un año y me quedaba sola con mis penas”.
Antes de los 20 años, la edad con la que la mayoría de la gente quiere vivir intensamente, Deycivane tenía pensamientos muy diferentes. “Incluso tuve ideas suicidas. Hoy, creo que un espíritu maligno me inducia a quitarme la vida”. A pesar de los errores y las peleas constantes entre la pareja, llegó el segundo embarazo y la situación empeoró. Faltaban recursos para casi todo, incluido el tratamiento de la niña mayor, Renielle, que nació con problemas de salud. En busca de cuidados, mamá e hija tuvieron que viajar a otro estado. Cuando regresaron, Reinaldo siguió llevando una vida desordenada, sin preocuparse por su familia.
“Cuando estaba prácticamente acabada, con tres hijas y sin esperanzas de mejorar esa situación, alguien vino a mi casa”, recuerda. Era una cristiana que le anunció el Evangelio de la salvación. “Escuchaba por escuchar sin dar la mínima atención, porque no guardaba tales palabras en mi corazón”. Sin embargo, quedó algo. Cuando regresó a su ciudad, después del tratamiento de su hija, Deycivane tuvo deseos de buscar una iglesia. “Pasé frente a un templo y me asombró ver a las personas tan feliz alabando a Dios”. En tal época, una vecina la llamó para visitar su iglesia. Era la misma: la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios (IIGD). “Fui a la reunión un domingo y me sentí muy bienvenida. A mis hijas les encantaba participar en la escuelita dominical”, recuerda.
No obstante, en casa, la situación empeoraba. Sabiendo dónde estaba la esposa, Reinaldo se volvió aún más agresivo y distante. “Nuestras peleas eran feas, él rompía todo”. Aun así, Deycivane insistió en frecuentar la iglesia. Ella y sus hijas asistieron a las reuniones de fe varias veces. “Mi hija mayor incluso dijo que quería ser profesora de la escuelita dominical y participar en el grupo de danza, pero yo le dije que no se emocionara demasiado, porque ni siquiera sabía si nos íbamos a quedar allí”, revela, la mamá. Pero se quedaron y ya no solas. Con la conversión de Deycivane, su mamá, hermanas y sobrinos también comenzaron a frecuentar la IIGD.
Sintiéndose fortalecida en su fe, ella decidió luchar por lo que quedaba de su matrimonio. Oró mucho, buscó consejería pastoral y comenzó a hacer votos en nombre de su esposo. “Decidí por fe que él se entregaría a Cristo e iría a la iglesia con nosotros”. En aquella época, molesto, pasaba hasta tres días fuera de casa. Fue entonces cuando su hija mayor, con 12 años, dijo que Dios le había mostrado a su padre con un “uniforme” de colaborador. “Le dije que él ni siquiera iba a adorar, y mucho menos a ser un colaborador en la casa del Señor”, admite. Ni siquiera las invitaciones de su hija para verla bailar en las reuniones aceptaba el padre. Sin embargo, la niña estaba convencida de que si Dios le habló a su corazón, así sucedería.
Deycivane empezó a escuchar alabanzas en casa. Al principio, el esposo reclamaba y apagaba el sonido, pero con el tiempo empezó a escuchar. “Creí que Dios estaba obrando en su corazón”. Un miércoles, Reinaldo le dijo a la familia que ellas podían ir a la iglesia, que él se quedaría en casa. “En algún momento, después de la alabanza y antes del mensaje, alguien se sentó a mi lado en el templo. ¡Era él!”, dice Deycivane. Estaba ebrio, pero se quedó callado y escuchó la Palabra. El domingo siguiente, se levantó temprano, se vistió y dijo que iba a la iglesia con su esposa e hijas. “Después de dos semanas, habló con el pastor, pidió oración y se entregó a Jesús”, continúa la mujer, ahora con 36 años. “Fue liberado del alcoholismo”, agrega. Eso fue hace unos siete años, y desde entonces, la familia ha crecido en el Señor. “Estamos haciendo el trabajo de Dios. Las dos y una de nuestras hijas somos colaboradoras y la otra es la maestra de los niños”, dice sin ocultar su alegría. Con una vida regulada, los recursos familiares crecieron. Actualmente, los Milianos tienen una situación cómoda, que no recuerda ni remotamente a los dramas que vivían anteriormente. “Puedo decir que soy una mujer muy feliz”, concluye.