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El emprendedor Alriberto Maia aprendió que la mejor inversión es el Reino de Dios
Viviane Castanheira
Alriberto de Souza Maia, de 40 años, luchó por crecer económicamente. El empresario nació en un hogar humilde y tuvo que vivir con otra familia, que estaba en mejores condiciones para criarlo. Creció en el campo, trabajando, y soñaba con salir de aquel lugar y prosperar.
Cuando tenía 15 años, su mamá adoptiva murió. Ante eso, dejó su ciudad y se fue a vivir con su tío en un distrito vecino, un municipio vecino. “Allí, cargaba leña y me ocupaba de las tareas diarias. A los 18 años, le preocupaba a mi tío, porque siempre andaba en las juergas. Así que volví a mi ciudad natal. Fui barredor, conductor de transporte escolar, conductor de moto taxi. Nunca le tuve miedo al trabajo”, dice Alriberto, quien era esforzado, pero cultivaba hábitos negativos.
Alriberto vivía en bares y fiestas. Incluso después de conocer a su esposa, Ivaneide Lopes da Silva Maia, hoy con 38 años, el futuro empresario no abandonó tal práctica. Al contrario, se ganó una compañía para las juergas. A pesar de todo, él lograba algunas conquistas financieras, pero el dinero no alcanzaba y la familia tuvo problemas. “No teníamos nada. Vivíamos de alquiler y nos amenazaron con el desalojo por falta de pago”, dice Ivaneide, que empezó a cansarse de aquella situación. “Nuestra vida estaba en manos del diablo. Mi esposo bebía mucho, vivía en la prostitución. Estaba oprimida, deprimida, triste. Incapaz de lidiar con aquellos problemas, incluso traté de suicidarme”, cuenta el ama de casa.
Sin embargo, Dios tenía otros planes para la pareja. Ivaneide fue la primera en conocer a Jesús. Al principio, acompañaba a su esposo a las juergas, pero ni bebía ni se comportaba como antes. Su área financiera también mostró cambios. Alriberto había iniciado su propio negocio: construir casas. “Siempre me agradó trabajar. Nunca me contentaba con lo que tenía en mi mano y luchaba por más. Pero, no conocía a Dios. Construí muchas casas aquí, pero el dinero llegaba y salí. Era una bolsa con agujeros”, dice el empresario, que en ocasiones iba a la iglesia con su esposa. Alriberto encontró el verdadero Dios en una de estas ocasiones, en un evento especial en el templo: “La predicación me conmovió. Cuando llegué a mi casa, tiré las bebidas. Desde ese día, nunca más entró bebida en mi casa. Dios me sacó del barro”, revela.
Debido a esta transformación, la pareja fue increíblemente bendecida: “Comenzamos a prosperar. Todo lo que ganaba, en lugar de desaparecer, aumentaba, porque el Señor lo multiplicaba. Cuando me bauticé, lo primero que le pregunté a mi pastor fue sobre el diezmo. Con la enseñanza, comencé a entregarlo regularmente. A partir de ese momento, cumplí el llamado de Jesús. Entendí que mis pertenencias eran de Dios. Él nos bendice a través de nuestra fidelidad e inexplicablemente me honró.
Sin embargo, esta historia no termina aquí. El Señor tenía más para la familia Maia de lo que Alriberto o Ivaneide habían pedido o pensado. En 2015 se retrajo el mercado inmobiliario, en el que operaba el emprendedor. Así que nadie quería comprar o construir casas. Durante este período, surgió una gran oportunidad. “Una vez escuché una conversación con un proveedor sobre la venta de una compañía de gas. Él me ofreció tal emprendimiento, pero no tenía dinero para comprarlo. Comencé a orar y entregué tal proyecto en manos del Padre. El Altísimo usó a mi pastor diciendo que esa empresa ya era mía y que debía continuar con lo que Él me puso frente a mí. El pastor no sabía nada y predicaba diciendo que Dios bendeciría mi compra”, recuerda el empresario. El recado fue dado y Alriberto aprovechó la oportunidad. Pero ¿cómo haría para comprar una empresa por el valor de 133,600 dólares? Le preguntó al único que podía dar tal respuesta: “Le pregunté a Dios: ¿cómo puede ser mía esta empresa si no tengo la cantidad solicitada? Tenía que conseguir 53.400 dólares para dar anticipado en 15 días, y no tenía un dólar”, confiesa.
Él oró y Dios le dio una estrategia arriesgada a ojos naturales. En un período de recesión económica en todo el país, vender bienes, incluida la casa, era una locura. Pero el cielo nunca está en crisis. Firme en esta Palabra, Alriberto puso todo a la venta: los camiones de la constructora y la casa. “El tiempo pasaba. Comenzó a llegar el día de depositar la entrada y no tenía el monto solicitado. Dios dijo que me honraría. Unos días después, pude vender los camiones y la casa a un precio superior al del mercado. Entonces, di una entrada más alta de lo acordado. Luego, pagué lo que faltaba con la venta del propio gas. El negocio se expandió y ahora suministro gas a otras localidades. Enfrento luchas, pero el Padre celestial me da la victoria”, enfatiza.
“Dios hizo el trabajo completo en nuestras vidas. Estamos felices en su presencia. ¡Mi casa y yo servimos al Señor! Él nos ha honrado. El que empezó la buena obra es fiel para terminarla”, concluye Ivaneide, que está casada con Alriberto desde hace 19 años. Juntos tienen dos hijos: Davi Luis, de 6 años, y Keytson, de 17 años.