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HIJO PRÓDIGO
En el abismo de la drogodependencia, Douglas Dalanhol se arrepintió y volvió a los brazos del Padre
Viviane Castanheira
Como en la parábola del hijo pródigo, contada en el Evangelio de Lucas, capítulo 15, de los versículos 11 al 32, el asistente técnico, Douglas Dalanhol, de 23 años, necesitaba llegar al “fondo del pozo” para reconocer la soberanía de Dios. La mamá de Douglas, Jussara Nunes da Silva, solía llevarlo a la iglesia cuando era niño y le enseñaba a caminar de acuerdo con la Palabra. Sin embargo, en la adolescencia, se distanció del Señor. “Mi primer contacto con las drogas fue en la escuela”, dice el niño, que consumió estas sustancias desde los 13 a los 19 años.
Una vez amable y cariñoso, Douglas se volvió agresivo. La situación se salió de control y Jussara tuvo que tomar medidas extremas: “Lo eché de la casa. Todos me criticaron, pero esa fue la única forma en que entendió que necesitaba ayuda”, dice la mamá.
Douglas se fue a vivir con unos amigos y, en medio de sus alucinaciones, contempló el suicidio. “Estaba deprimido por el final de una relación y tuve una pelea con mis padres. Entonces el diablo me dijo que había un lugar mejor en otra vida. Pensé que si me mataba, iría a este lugar”, recuerda.
Una vez, durante una visita a su mamá, Douglas tuvo un brote psicótico. Asustada y sin saber cómo ayudar a su hijo, Jussara pidió ayuda a una ex vecina, cuyo esposo es pastor. “Aunque no entendía muy bien lo que decía, sentí algo diferente, como si una presencia llenara la habitación. Una alegría brotó en mi corazón. Vi una luz blanca muy fuerte en forma de persona”, describe el joven. Impresionado, Douglas compartió su visión con ese líder espiritual. “El pastor me dijo que era el Señor quien me invitaba a Su Reino”, recuerda. Después de la experiencia sobrenatural, Douglas comenzó a llorar y se arrepintió de sus pecados. «Después de ese día, por la gracia de Dios, mi mamá me recibió en casa, siempre que me enderezara y fuera a la iglesia».
El proceso de recuperación del joven recién comenzaba. Todavía no había encontrado una congregación a fin de establecerse. Un día, en el trabajo, preocupado por los efectos de la abstinencia, Douglas salió más temprano porque no se sentía bien. “Llamé a mi mamá y le conté lo que pasó. Me dijo que entrara a la Iglesia de la Gracia, porque las puertas siempre estaban abiertas”. Decidido, caminó hasta la IIGD más cercana. “Escuché la Palabra y mi conciencia fue recuperando poco a poco”, relata el entrenador ayudante, que nunca olvidó el mensaje dado esa noche. “El predicador leyó Juan 10:27 que dice: Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Ese fue un llamado de Dios, y desde entonces no me he apartado de la casa del Señor”, concluye Douglas, ahora colaborador en la IIGD.