“Dios nos honra”
A la espera de un milagro
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PERO CUANDO EL PECADO ABUNDÓ, SOBREABUNDÓ LA GRACIA
Con Cristo, Mônica Soares superó la violencia de su nacimiento
Viviane Castanheira
“Dios convirtió la maldición en una bendición”. Así describe su vida la recepcionista Mônica Soares, de 22 años. Sin embargo, no siempre fue así. Su historia estuvo marcada por la decepción desde el útero. Su madre, Dulcinéia Soares, de 46 años de edad, sufrió abuso sexual que resultó en un embarazo no deseado. Avergonzada y temiendo la muerte, Dulcinea decidió guardar silencio, llevando más lejos el embarazo de Mónica.
La niña vivió poco tiempo con su madre. La necesidad de trabajar obligó a Dulcinéia a dejar a sus dos hijos, Mônica, de 1 año y Matheus, de 4, al cuidado de su abuela materna. “Viví con mi abuela hasta que era adolescente y no tuve mucho contacto con mi madre”, lamenta la joven.
A los 14, Mônica volvió a vivir con Dulcinea, pero, aun así, se sentía infeliz. “Fue una etapa rebelde, con bebidas, drogas y malas compañías. Sentía un vacío. Quería conocer a mi padre, porque no sabía lo que había pasado”, dice, cuyo dolor no hizo más que aumentar cuando se enteró de la verdad, cuando tenía 18 años. “Interrogué a mi madre y descubrí que yo era el resultado de la violencia. Fue un dolor inconmensurable”, revela la recepcionista.
Para empeorar las cosas, Matheus tuvo un accidente de motocicleta y estaba en riesgo de muerte. “El mundo parecía desmoronarse a mi alrededor. Mi hermano estaba muy enfermo en el hospital y me sentí profundamente triste”. Sin embargo, una invitación cambiaría la trayectoria de la joven para siempre. “Me invitaron a un evento para jóvenes en la iglesia la cual mi amiga frecuentaba”.
Allí, Mônica se sintió libre para hablar con el Señor. “Le pedí que saliera de ese lugar diferente al estado que había entrado, y eso pasó”, dice. Ese día, aceptó a Jesús e hizo otra petición a Dios. “Le dije que le serviría para siempre si mi hermano escapaba de la muerte”, recuerda emocionada. Un mes después, la oración fue respondida. “Mi hermano se recuperó de los traumas y sin secuelas”, dice Mônica, quien fue bautizada y reafirmó su fe ese año. Desde entonces, se ha embarcado en un viaje de sanación y liberación. “Tuve que pasar por un largo proceso. Tuve que perdonar a mi padre y a otros que me lastimaron. Pero, incluso ante tantas tribulaciones, perseveré en los caminos del Señor”, explica.
Mónica, sanada emocionalmente, buscó por la conversión de su madre. “Después de tres años de oración, aceptó a Jesús”, se jacta la joven. Hoy, las dos han enfrentado transformaciones juntas. “Mi madre y yo estamos muy felices por este ministerio y alabamos a Dios por la vida del Dr. Soares, pastores y colaboradores. A través de la Iglesia de la Gracia, la salvación llegó hasta nosotras. Ahora somos amigas, solo vivimos las dos y nos queremos”, concluye Mônica, quien congrega con Dulcineia en el IIGD en el barrio de Vinhais, en São Luís (MA).