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Los grupos de alabanzas de la IIGD unen a diferentes personas para glorificar a Cristo
Carlos Fernandes
Comienza la reunión. Después de la oración y la lectura de la Palabra, un grupo de personas se para frente a los micrófonos y frente a los instrumentos musicales. Con cada canción se glorifica el Nombre del Señor y se prepara el corazón de los participantes para recibir el Evangelio. Presente en la liturgia de prácticamente todas las iglesias evangélicas, la alabanza congregacional –o período de alabanza– juega un papel fundamental en las reuniones de la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios.
En los templos de todo Brasil y del mundo, cantores e instrumentistas usan su talento y su espiritualidad para llevar, ante el trono del Altísimo, una sincera adoración. No importa el tamaño del altar o la calidad del equipo, siempre que la adoración se haga en espíritu y en verdad (Juan 4:23).
En el ministerio de alabanza, miles de personas encuentran su lugar en la obra de Dios. La edad no importa. El estudiante Jhon Alisson Silva Santos, de 18 años, por ejemplo, canta en los servicios de la Iglesia de la Gracia en Vila Maranhão, São Luís (MA), desde 2020: “Llevo la Palabra a través de las canciones. Con las alabanzas se llega a la gente y se predica el Evangelio de forma melódica”, dice. Miembro de la Iglesia de la Gracia desde los cuatro años, el niño creció aprendiendo acerca del Señor. “Es mi prioridad, ya que me ayuda a equilibrar otras áreas, como el estudio y el trabajo”. Más que servir al Padre con su participación, Jhon considera que el ministerio le proporciona ganancias espirituales: “Necesito una profunda comunión con el Creador, por la responsabilidad de llevar a las personas a su presencia. Por eso necesito alejarme de las situaciones mundanas y dedicarme al Reino, para que los demás puedan ver que Cristo vive en mí y me tengan como ejemplo”, enseña.
La misma conciencia de que la vida de un cristiano debe ser una continua ofrenda al Altísimo motiva a la asistente administrativa, Joyce Maria de Souza Aires, de Recife (PE): “La alabanza congregacional es muy importante para la participación de quienes llegan a los servicios deprimidos y necesitan un incentivo extra para buscar a Dios”, evalúa. A los 12 años comenzó a cantar en la sede de la IIGD en su ciudad natal y, a pesar de su corta edad, decidió seguir los caminos del Señor. Hoy, a los 19, Joyce sigue cumpliendo con su vocación. “Adapté mi rutina para servir en la adoración. Trabajo por la tarde y, por la noche, canto en las reuniones”, explica la joven. “El sábado participo en el servicio de jóvenes y el domingo canto coros en la Iglesia”.
Talento divino
En la Iglesia protestante, la alabanza ha evolucionado mucho desde los tiempos en que la música se limitaba al piano, el órgano y los coros. En las décadas de 1970 y 1980, el surgimiento de grupos famosos entre los cristianos agregó a este momento de adoración un estilo depurado, poético y contemporáneo, con énfasis evangelístico. Emocionados, los jóvenes creyentes formaron sus bandas y la alabanza se volvió más espontánea. Posteriormente, el movimiento de las comunidades evangélicas en suelo nacional le dio a la música cristiana un estatus elaborado, con arreglos modernos y talentosos cantantes e instrumentistas. En la década de 1990, se popularizaron los ministerios de adoración vinculados a grandes denominaciones, cuyas composiciones se convirtieron en éxitos cantados por los evangélicos de norte a sur de Brasil. Hoy, las obras compuestas por artistas, como las de Graça Music, tienen un nivel profesional e inspiran a millones de oyentes.
Toda esta evolución musical se refleja en los cultos. “El culto congregacional es relevante ya que las luchas diarias tienden a desconectar a las personas del favor divino. Por eso, tener este momento significa alabar al Señor, que puede resolver cualquier situación”, explica Vitor Emanuel de Oliveira Lima, pastor asistente en la Iglesia de la Gracia en Manaus (AM). El tecladista empezó a asistir a la IIGD en su adolescencia y llegó “con ganas de involucrarse”, como él dice. En ese momento, no había músicos en la Iglesia, y la Pra. Teresa, entonces encargada del departamento, miró a ese joven y le dijo: “Hermano, vas a aprender teclado”. “Y enseguida comencé”, recuerda Vitor, quien es soltero, vive en la Iglesia y asiste a la universidad por las noches.
Las actividades son muchas: además de los servicios, organiza el ministerio y ensaya, para hacerlo lo mejor posible. Una rutina similar a la de Josenias de Lira Santana, de 37 años, de Recife. La alabanza, para él, es un recuerdo familiar: “Mis dos hermanos mayores eran músicos en la iglesia y el Espíritu Santo me motivó. La alabanza nos lleva a la presencia de Dios”. Dedicado a la obra del Maestro, es músico y pastor. El detalle es que una misma actividad la realizan personas con trayectorias muy diferentes. Mientras Josenias fue educado en un ambiente cristiano, la música y artesana, Thatiana Penha Morais Monte, lleva en su equipaje la experiencia de 27 años en el universo secular. Llegó a la Iglesia de la Gracia en 2008 tras tres intentos de suicidio. “Estaba decepcionada”, dice la colaboradora de 40 años, miembro de la IIGD en São Luís.
Con Cristo, su vida tomó un nuevo rumbo. Hoy, casada con un cristiano, cuenta con todo el apoyo para llevar a cabo su ministerio. Además de directora de coro en el templo principal y líder de una comunidad IIGD en el área rural de la capital de Maranhão, Thatiana trabajó como asistente administrativa en la oficina y estudio de la Red Internacional de Televisión. Lo que la motiva, entre otras razones, es la gratitud a Cristo. “Comprendí que mi don podía ser un instrumento en las manos de Dios para llegar a las almas y bendecir vidas”, observa. “La alabanza mueve lo íntimo, provoca reflexiones, calma y libera”, añade.
Los levitas, como se llama a los que sirven al Señor con música, tienen una gran responsabilidad espiritual: “Somos como un escaparate. Siempre hay alguien observándonos: el pueblo, el enemigo y nuestro Dios”, garantiza el pastor y músico Charlon Luiz da Silva. Por eso, aboga que el levita camine en santidad. Durante 26 años trabajando en el ministerio de la Iglesia de la Gracia en Recife, tomó un curso de formación en alabanza y adoración y busca la superación constante. Aun así, no renuncia a su dependencia del Espíritu Santo. “Oro por inspiración antes de hacer el repertorio”, revela. El pastor recuerda el ejemplo bíblico de Quenanías, quien, según el texto de 1 Crónicas 15:22, era el jefe de los levitas y dirigía el canto: “El músico cristiano debe expresarse bien, no puede ser tímido y necesita transmitir credibilidad”, enseña. “En este sentido, la técnica ayuda mucho”.
Unción del Espíritu
A los 43 años, Jardson Valcácio Salviano es músico profesional y hace de su habilidad una ofrenda al Señor. “Asisto a la Iglesia con sede en Natal (RN), donde, hace una década, recibí el encargo y el honor de servir como teclista. Después de algunos años, gané otra misión: dirigir el ministerio de adoración”, declara. Además de manejar bien el teclado, Jardson canta, toca la batería y la percusión y organiza los ensayos, actuando también como director de orquesta y técnico de mezcla y sonido. “Es un llamado de Dios”, resume. “Quiero aportar el talento que me ha dado el Padre Celestial”.
Productor musical de profesión, Jardson se ofreció como voluntario en el ministerio de adoración. Como su esposa es responsable del ministerio de niños en la IIGD en Rio Grande do Norte y sus hijas también trabajan con niños en la Iglesia, toda la familia está activa en la casa de Dios. En la alabanza encuentra una conexión con el Señor, sabiendo que la canción acerca a las personas a la Palabra. Y lo resume: “Trabajar en el ministerio de la música es entender el propósito que el Creador tiene para mí; es expresar, con los hermanos, una adoración que glorifica a nuestro Padre celestial”. Es la sintonía perfecta con el Señor.