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VIVIENDO LO SOBRENATURAL
Marcelo Vanderlinde vivió momentos de incertidumbre y angustia, pero conoció al Dios de los milagros y vio su vida transformarse
Viviane Castanheira
Ni en sus más bellos sueños, el jubilado Marcelo Vanderlinde, de 64 años, imaginó que la fe que tanto se resistió a conocer lo llevaría a la mejor experiencia de su vida. Él, que es hijo de la evangélica Fani Paula Maria, reaccionaba de manera malcriada a las invitaciones de su mamá para participar en las reuniones de la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios en Sinop (estado de Mato Grosso, Brasil). “Le respondía que ella se ocupara de sus cuestiones de creyente y que me dejara tranquilo, tal como yo era”, reconoce.
El comportamiento del hijo nunca quebrantó la fe que Fani tenía depositada en el Señor. Continuaba orando para que, un día, él conociese a Jesús. El tiempo pasó y, a los 43 años, a Marcelo le descubrieron una enfermedad grave. En esa época, brindaba servicios como técnico de refrigeración cuando fue abordado por una médica de la empresa: “Le pareció que yo estaba muy pálido y pidió que me hiciera algunos exámenes”. Para sorpresa de Marcelo, los resultados fueron desfavorables, y tuvieron que internarlo de emergencia. “Mis plaquetas estaban muy bajas, y el examen clínico también salió mal”, recuerda.
Al transcurrir 20 días de internación, no había aún un diagnóstico definido y, por eso, Marcelo fue transferido de hospital para investigar de forma más minuciosa. “Allí me estudiaron por el verso y el reverso y me hicieron exámenes de todo tipo, hasta que decidieron hacerme una biopsia de la medula ósea.” Los resultados apuntaron aplasia de medula ósea o anemia aplásica severa (es decir, una falencia medular). Marcelo, entonces, descubrió que su única chance de sanidad era recibir un trasplante de médula con urgencia. “Me fui al fondo del pozo, fue un gran shock.”
Después del impacto inicial que le causó esta noticia, Marcelo enfrentó otros momentos difíciles. Una vez que ya estaba en el Sistema Nacional de Trasplante, descubrió que iba a tener que mudarse a la ciudad de Curitiba, para realizar exámenes preparatorios. Debido a las limitaciones económicas, tuvo que dejar en Mato Grosso a la esposa, Noeli Turmina, y a los hijos, Gisely, Daiany Soraia y Marcelo Júnior, y viajó solo con su mamá. “Como siempre me había costado creer en milagros, le decía a mi mamá que ya no tenía certezas sobre nada.” Mientras Marcelo temía, Fani permanecía firme. “Ella me mostraba una fe inquebrantable, que no flaqueaba en ningún momento, y me apoyaba cada segundo”, se emociona al recordarlo.
De acuerdo con el Hemocentro de Goiás, la chance de encontrar un donante de médula compatible, en Brasil, es de una en cien mil habitantes. Sin embargo, el 25% de los pacientes puede encontrarlo dentro de la propia familia. Fue lo que ocurrió con Marcelo. De sus cinco hermanos, tres eran compatibles para realizar la donación. Pero, a pesar de que los exámenes de los hermanos fueron favorables, los médicos no realizaron el procedimiento y optaron por un tratamiento menos invasivo. Sin entender, Marcelo cuestionó. “Quería comprender por qué debía esperar. El médico me dijo que prefería hacer tres trasplantes de corazón antes que uno de médula, pues, de producirse un rechazo, la probabilidad de que el paciente muera es muy grande. Todo eso me perturbó.”
Mientras Marcelo realizaba el tratamiento, estuvo albergado junto a Fani en la casa de una prima, y fue allí donde él tuvo un encuentro con Jesús. Como tenía la salud debilitada, permanecía la mayor parte del tiempo acostado mirando la televisión y, con la ayuda de su mamá, empezó a oír los cultos. “La televisión no tenía control remoto, entonces, tenía que ver la Red Internacional de Televisión, como mi mamá quería. Yo me quejaba, pero ella me insistía: ‘Oye la palabra de fe’”.
Sin que Marcelo lo percibiera, los mensajes fueron tocando su corazón. Cierto día, cuando veía el Show de la Fe, oyó al Dr. Soares hablar de su problema: “Hermanos, Dios me dijo al corazón que hay alguien viendo el culto que sufre de anemia aplásica severa’”. Sorprendido y preguntándose cómo podía aquel hombre saber el nombre de esa enfermedad rara, Marcelo concluyó que Dios le estaba hablando a él. “El predicador continuó: ‘Tú, que estás debilitado y no puedes levantarte de la cama, quédate acostado, inclina la cabeza, cierra los ojos y pon la mano sobre el corazón. Voy a orar, y Dios va a hacer un milagro en tu vida hoy, no pierdas esta oportunidad’”. Marcelo obedeció a las órdenes y sintió algo diferente en su cuerpo. “Oré con toda la fe que tenía y sentí que estaba siendo sanado. En ese momento, con los ojos cerrados, vi luces de colores, sentí como si algo me ardiera en la espalda y después como si me echaran agua congelada. Fue algo sobrenatural. Y así fui sanado”, relata.
Diez días pasaron, y la recuperación era clara. Marcelo regresó a su casa, y, cuando volvió al hospital por una consulta, el milagro fue confirmado. “El médico me preguntó quién me había hecho el trasplante, porque, solo así, podía haber sido sanado. Le respondí: fue Jesucristo. Entonces, él se emocionó y me incentivó a contar a los pacientes que estaban en la antesala mi caso, para darles esperanza a los que estaban ahí, y así lo hice.”
Las oraciones de Fani fueron oídas, y, aunque ella haya fallecido hace dos años, Dios le dio el honor de ver cómo su hijo le entregaba la vida a Jesús.
Hoy, 19 años después de la sanidad milagrosa, Marcelo cuenta su testimonio donde sea que vaya. Él y su familia frecuentan a IIGD de Sinop. Marcelo sigue haciendo consultas de chequeo, como le aconsejaron los médicos, pero nunca más tuvo problemas relacionados con la médula. “Dios es bueno todo el tiempo. Vivimos por la gracia, contamos siempre con Su misericordia. Gracias, Señor, por mi vida, por mi familia. Gratitud siempre”, se alegra.