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LA ALEGRÍA VOLVIÓ
Maria Lúcia superó una condición depresiva con la ayuda de la Palabra de Dios
Viviane Castanheira
“La ansiedad era tan grande que escapaba de casa para ir a la sala de emergencias, porque no raciocinaba con claridad.” Esta declaración la hace Maria Lúcia de Lima, de 65 años. La profesora de inglés enfrentó problemas emocionales durante casi tres años.
Ella no es la única en experimentar esto. Un estudio realizado en 2020 por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) revela: el 80% de los brasileños padecen estos trastornos [lea el artículo especial que preparamos sobre el tema en:
https://www.certezadavitoria.com.br/es/2021/11/reportajes/cuando-el-miedo-interrumpe-la-vida/].
Maria Lúcia vivía sola, lo que, según una encuesta de 2012 del Instituto Finlandés de Salud Ocupacional, puede aumentar las posibilidades de depresión hasta en un 80%, en comparación con quienes viven con una persona o más.
Las primeras alertas aparecieron a finales de 2018, pero Maria Lúcia no pudo verlas. “No detecté los síntomas como un problema”, dice la maestra, quien solía asistir, esporádicamente, a la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios. Pasó el tiempo y ella sintió algo diferente: “Perdí el apetito y dejé de comer bien. Se me acabó la paciencia; ni siquiera podía entrar a una tienda”, revela.
La situación empeoró en 2019, ya que Maria Lúcia también empezó a convivir con molestias abdominales e insomnio. Después de ir a varios médicos y someterse a numerosos análisis, Maria Lúcia deseaba un diagnóstico. Pero, la espera fue en vano. “Los profesionales ya no sabían cómo acabar con mi dolor. Perdí las fuerzas para ir a la iglesia. Contaba con el clamor de los hermanos”, relata.
En el apogeo de su sufrimiento, Maria Lúcia buscó a un especialista en Salud Mental. “Comencé un tratamiento psiquiátrico, pero los medicamentos me dejaban muy agitada. Sentía dolor en el pecho, falta de aire y ansiedad”, recuerda la educadora. Consultó con diferentes psiquiatras buscando un tratamiento satisfactorio. Además, vivía confinada: “Dejé de atender las llamadas telefónicas y solo salía de la casa por asuntos médicos”, detalla.
La maestra recibió el apoyo y cuidado de su prima, Rejane Celia da Silva Rocha, de 65 años. No obstante, a pesar de tener buenas intenciones, Rejane no supo cómo lidiar con la situación y decidió acompañar a Maria Lúcia desde lejos: “Ya no soportaba ir a mi casa, empezando a controlarme solo por teléfono”, ella recuerda.
Maria Lúcia sufrió una pérdida excesiva de peso y llegó a pesar 42 kg. “Me acostaba y pedía la muerte. Creía que ya no servía para nada”, dice. Rejane intentó todo para ayudarla. “Le di toda la ayuda imaginable e insistí en que se cuidara física y espiritualmente”, relata la prima, quien, aunque no es cristiana, estaba convencida de que Maria Lúcia también necesitaba velar por su comunión con Dios.
Cuando la profesora encontró un nuevo psiquiatra –ya era el cuarto– se establecieron las medidas de restricción, como consecuencia de la pandemia del covid-19. En medio del aislamiento social, comenzó a alimentarse de la Palabra de Dios a diario. “Ahí es donde comenzó mi recuperación”, explica. Con el cierre de las iglesias, el pastor Saul Monteiro realizaba las reuniones a través de una aplicación y aconsejó a Maria Lúcia a participar en reuniones a distancia. “Raras fueron las noches en las que no pude conectarme con el grupo”. Los encuentros le dieron alivio a Maria Lúcia: “Volví a comer y a controlar la ansiedad”, dice aliviada.
Con la reapertura de los templos, Maria Lúcia volvió a la convivencia de los hermanos, quienes quedaron sorprendidos por su nuevo aspecto. “Cuando fui al primer servicio presencial, mi pastor casi no me reconoció”, recuerda. Recuperó los kilos perdidos y comenzó a enseñar en la Iglesia como voluntaria. “Ha sido muy bueno”, celebra.
Maria mantiene el tratamiento, pero ya no necesita usar la medicación. “Estoy bajo el cuidado de Cristo mi Señor. Jesús me devolvió lo que el enemigo me había quitado. ¡Tengo la alegría de vivir!”, concluye Maria Lúcia.